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Lo DEVOCIONAL

Entrevista a Lily Jiménez Osorio, Historiadora

¿Qué te fascina de la religiosidad popular?

Es una línea profundamente kitsch. Es un lenguaje muy usado y habitual, y estamos todos acostumbrados a ciertas formas, colores y texturas. En el caso de la religiosidad popular, se construye todo a través de esas formas. En la Fiesta de Cuasimodo, en Maipú, una cosa que me fascinó es cómo la gente decora bicicletas, cosas, imágenes, y las pone sobre su auto, o sobre la misma bicicleta; ponen imágenes, y las llevan. Es a través de ese objeto, o de esa imagen, que ellos están manifestando muchas cosas. Hay un lenguaje de lo cotidiano que se vuelve fantástico. Hay algo ahí en esa vida cotidiana que irrumpe y que organiza la vida, pero que también abre esas puertas de lo sagrado, que no es un sagrado administrado por un otro, sino que es un sagrado administrado por ti mismo. Pasa en Argentina con las devociones populares, como Gilda, quién se vuelve un santo popular porque muere de forma trágica, y era tan ferviente la fascinación que existía hacia su figura, que en algún momento se transforma en una figura milagrosa. Y ella es una santa laica, y la gente la devociona. Hay una cosa de cercanía, de una persona real, que pudiste tocar. Y Gilda es un santo popular, y los devotos de Gilda tienen esa fascinación por esta figura, y es a través de la música que ellos buscan sanación, los milagros. Y su música es cumbia villera, ¿cachay?

 

¿Qué dirías que caracteriza a este tipo de manifestaciones religioso-populares? 

Hay que ser cautelosos, por que cuando se habla de religiosidad popular hay muchas tendencias al dualismo, como “lo popular es lo que producen las clases bajas”, o “lo popular es lo que está afuera de la iglesia”. Y en realidad, en terreno, lo que uno descubre es que en realidad las negociaciones con la institución y las negociaciones de clases sociales, son permanentes. Yo diría que lo que caracteriza a las devociones populares es la heterogeneidad, la capacidad creativa, y la difuminación de lo sagrado y lo profano como esferas institucionales separadas, como algo que se puede activar o desactivar a través de la práctica, o a través del estar juntos.

¿Difuminación quiere decir que esa frontera entre lo sagrado y lo profano se vuelve difusa?

Exacto. Y se vuelve como una suerte de “práctica de activación”. Como que tú, de repente, entras en la lógica de lo sagrado. Pero no tienes que estar en un lugar especial, no tiene que haber un cura para que hagamos de esto una bendición. Creo que eso es lo que caracteriza más lo popular. Tiene que ver con la fiesta, tiene que ver con el canto, tiene que ver con el cuerpo. Con decir “mira, esta es una imagen de San Expedito, y te va a proteger. Te la regalo”. Y el gesto ya es una sacralidad en sí misma, y es una bendición para tí. Y no necesitas un cura, o un papa para que te lo venga a decir.

 

“Entrar en el lugar de lo sagrado”

O construirlo, estando juntos. 

 

“Construir el lugar de lo sagrado”

Claro. Con los años cada vez me convenzo más de que el abrir el espacio sagrado pasa por un abrir en conjunto. Cuando se está más gente en un mismo espacio, se puede abrir un lugar o un espacio para devocionar, o un espacio de lo sagrado. No es necesario que hayan límites específicos, como en los templos, donde se administra centralizadamente. 

 

¿Qué características son imprescindibles de encontrar en un trabajo devocional? 

Lo principal es la disposición. Hay una disposición hacia lo sagrado, una disposición que implica el cuerpo y la palabra. Es una disposición “hacia”. Porque cuando tú estás en un término no sagrado, no devocional, puramente profano, haces las cosas descuidadamente, podríamos decir. En cambio, cuando vas a entrar en contacto con lo sagrado, implica un cambio de actitud principalmente en tus gestos, y hay una organización del cuerpo que es distinta. 

 

También, estar abierto a la experiencia del sentir, esa apertura o disposición ‘a la experiencia de’, de un contacto, de una devoción, o entregar un agradecimiento. Lo devocional tiene un profundo componente de gratitud. Uno siempre va a agradecer. Gratitud obviamente ligado a la petición, pero siempre la gratitud está como por delante. Los gestos devocionales son gestos de gratitud, los ex-votos, las mismas canciones, pagar una manda, todos son gestos de gratitud. 

¿Se te ocurre algún ejemplo canónico que grafique o ejemplifique estas características de lo devocional?

En Chile se reconocen patrimonialmente tres grandes áreas de religiosdad popular: (1) el Canto a lo Divino, una forma de evangelización que se ha mantenido por siglos; (2) los bailes chinos, que están patrimonializados, tienen un cruce de todo, y hay un tema musical y físico, de la experiencia del baile como una forma de agradecimiento; y (3) la fiesta del Cuasimodo, que nace de una idea institucional de llevarle la hostia a los enfermos que no pueden comulgar, en Semana Santa. Ahí el cura tiene que salir a repartir la hostia, y como andaban con cosas de oro, los salteaban en los caminos, entonces los huasos los empiezan a acompañar, y se empiezan a hacer procesiones. Y eso se da hasta el día de hoy, y es una fiesta. La gente va carreteando, tirando tallas… Se hace el domingo siguiente a Semana Santa. Es una locura, es una experiencia estética muy fuerte, hay todo tipo de manifestaciones, gente que se uniforma en colores, gente que viste el caballo, gente que viste el auto, que le hace ropa. Había un camión vestido con flores de plástico. Es una estética transversal, con la idea del amor y de la cercanía. Es un lenguaje muy universalizado, que tiene que ver con condiciones materiales, porque esas flores plásticas las encuentras acá y en la China. Esos serían los ejemplos canónicos de religiosidad popular, de disposición y todo. Y todos implican una experiencia, porque implican tránsitos corporales, implican música muchas veces, una disposición, porque todos tienen que producir algo: sea cantar, sea bailar, sea moverse a caballo, bicicleta o auto. Todas tienen esos elementos. Todas son manifestaciones de devoción que pueden parecer distintas, pero en realidad apelan a lo mismo. Las otras son más privadas; estas son prácticas que se realizan en conjunto. Una más privada sería rezar el rosario, las novenas… Aunque también se hacen en conjunto, también se convocan en colectivo.

 

¿Cómo describirías un proceso de gestación o creación de estas obras?

Yo soy de la idea de que a veces más interesante que la fiesta, es la previa de la fiesta religiosa. Esta muchas veces es lo más invisibilizado, pero involucra una preparación de mucho tiempo. Por ejemplo, en la Virgen del Agua Santa, la gente limpia el espacio. Y ese limpiar implica dar orden a algo que está en medio del caos. Este proceso de preparación colectiva me parece profundamente creador, porque finalmente es la manera de crear el espacio. Este proceso de preparación es también devocional. Si bien se está preparando para la fiesta, hay una intención de que todo se haga para la virgen. Y ese sentimiento de servicio también te da una entrega que es propia del devoto. También, cuando se hacen los preparativos no se grita, no se habla fuerte, los adultos tienen una actitud de contrición; de respeto.  

¿Qué es para ti una experiencia religiosa?

Yo creo que es algo que está profundamente ligado a la experiencia del cuerpo, y que tiene que ver con sentir un espacio otro; o una presencia otra. Tenía un profesor en la U que citaba a Wittgenstein, que decía que estar solo, o con Dios, es lo mismo, es como estar con un monstruo en una habitación oscura. Yo creo que ese es el sentimiento de una experiencia religiosa, es esa otredad amenazante, que puede estar incluso en tu soledad. 

 

Silvia Citro, antropóloga que hace estudios de performance, sostiene que hay elementos neurológicos que hacen que cuando tú entres en un determinado estado, por ejemplo a partir de la repetición o el trance, el cuerpo conecta todas las memorias. Cuando accedes a esa experiencia, y dices “te conectas”, te estás conectando con tus propias experiencias pasadas y haces de todas las experiencias una sola. “Presentificas” la memoria, la haces “todo en uno”. Otro ejemplo: los católicos cristianos ven el tiempo de los ángeles como el tiempo del eterno presente. Están permanentemente abriéndose los cielos, está permanentemente siendo expulsado al diablo a los infiernos.

 

Siempre hay normas cuando se practica un tipo de arte, y los cristianos ortodoxos las tienen respecto a ciertos materiales que utilizan. Por ejemplo el oro. Tradicionalmente, desde la Edad Media, éste se utiliza como símil de la gloria divina. Y si entras a una iglesia y ves las velas, y el efecto que produce su luz sobre el oro, entras en otra dimensión visual y estética para entender la obra o la pintura. Te salta a la mirada. A eso me refiero con la materialidad, con la manipulación de ciertos elementos. Trabajar el oro es súper difícil, requiere uno de los niveles de maestría más importantes a los que puedes llegar, porque las hojas son muy delicadas. No puedes respirar muy fuerte, porque se rasga. Entonces hay un tema de contener la respiración mientras ejecutas el “pan de oro”. Hay un sobre-cuidado en esos materiales. Y lo otro son los colores, hay algunos que se permiten y otros que no. El motivo es que algunos antes eran muy escasos. El lapislázuli en algún momento era más escaso que el oro, era un tesoro. Trabajar con ese pigmento era trabajar con los materiales más caros que se conocían en la cultura y en la civilización. Hay una suerte de lujo y de exquisitez para poder representar a lo divino a través de esos materiales. Y la manipulación de esos materiales te hace una suerte de iniciado. Al conectarte con esas formas más tradicionales de pintar, anulas todos los procesos industriales que han hecho de la vida algo más naturalizado. Por ejemplo, el poncho que me regalaron (en Chiloé) estaba teñido con barbas de corteza, ahí el corazón se me hinchó de amor, por esa poca conexión que uno tiene con cosas que la industrialización te hace olvidar. ¡Lo difícil que es encontrar materiales! Vivir en una isla en la mitad de la nada, en Caguach, ¿Con qué teñimos? ¡Bueno, con líquenes!

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